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LA COMPLEJA SIMPLICIDAD ©

Por Nacho Navarro
ignacionavarrova@hotmail.com

Seguro nos habrá pasado más de una vez que al querer decidir, explicar, exponer nuestros puntos de vista o responder sobre algo o alguien, nos resulta complejo, difícil, nada simple, sobre todo si es por escrito; ¿las razones?, podrán ser muchas y variadas, empezando por el tema. ¿Quién no recuerda sus clases de matemáticas, algebra, trigonometría?, el coco de quienes nos consideramos estudiantes estándar. A nuestros colegas cerebritos en estas materias, mis respetos y todo el éxito para ellas y ellos, aunque no deseo escribirle cómo aprender o impartir una buena clase de “mat”, como hoy le dice mi hija María José, sino compartirle lo siguiente:
Usted y yo observamos con cierta perplejidad, quizá como nunca, lo complejo de las cosas, y para muestra, este comentario que me hizo un empresario sobre la complejidad en los negocios: “Antes llegaba a mis tiendas y le pedía al encargado me diera el dinero de la caja y me la daba, sin más orden que la mía. Hoy, debo justificar mi petición, firmar un recibo, que queda registrado en la contabilidad como cuenta por cobrarme, y si no entrego un factura con requisitos fiscales (sólo en México existen las más bastos y absurdos requisitos a cumplir), deberé pagar impuestos sobre el importe retirado. Sí, hoy, es muy complejo ser empresario.”
Y no sólo como empresario, directivo, profesionista o gente productiva en este país percibo se nos complican las cosas, que hasta el jefe de la agencia mexicana de recaudación fiscal (SAT) admite debe simplificarse el cumplimiento contributivo (cf. El Economista 9 abril/13), sí de verdad se desea que haya más dinero para los gastos públicos mexicanos, según igual lo reporta y recomienda para nuestro país la agencia internacional OCDE.
En general nuestras vidas, coincidirá hoy están repletas de aparatos que no sabemos del todo usar (dispositivos GPS, licuadoras modernas, pantallas de TV con un sin número de funciones), etiquetas y instructivos de medicinas, alimentos y complementos de éstos que no podemos seguir, mucho menos entender. Qué me dice de los llamados teléfonos inteligentes y programas de computadora. Por ejemplo: en la tienda de la manzana hay más de ochocientas mil aplicaciones. ¿Se imagina lo complejo?
Ya no le sigo con las letras chiquitas de los contratos de los seguros de gastos médicos, vida, automóviles y tarjetas de crédito. Actualmente en los Estados Unidos, traen más de veinte mil palabras, cuando en 1980, el típico de una tarjeta de crédito tenía 400 (cf. The Wall Street Journal 7 abril/13).
¿Cómo hacerle para simplificarnos la vida?, ¿nos cerramos a lo nuevo?, ¿dejamos de usar la tecnología?, ¿se imagina la de mañana?, ¿debemos volvernos expertos de todas estas complejidades, junto con sus aparatos? o ¿nos damos por vencidos? Para nada. Hacerlo me parece una tontería y sería dejar ir interesantes oportunidades de crecimiento y aprovechamiento personal. ¿Entonces?
Nos conviene definir inteligentemente nuestras prioridades, las suyas y las mías, antes que nada. Que no necesariamente deben ser las mismas, y a veces, esto es lo verdaderamente complejo: no reconocerlo. Para lograrlo, le invito a entrenarnos para aplicar estas dos herramientas, por lo menos: la ley de Pareto y la que se conoce como La Prueba del Elevador en la más importante y reconocida firma consultora de toma de decisiones en el mundo, McKinsey.
En la siguiente se las comparto.

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