HUMILDAD VS SOBERBIA EJECUTIVA ©
Por Nacho Navarro
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Recientemente me pidieron hablar a un grupo de instructores físico-culturistas, encabezados por su entrenador en jefe, sobre estas dos características que dan título a esta CONTRACULTURA™.
De entrada, coincidirá, no son temas que se revisen frecuente y abiertamente en las organizaciones, fuera de las iglesias, claro; lo que abordarlos ante profesionales del deporte me trajo una dificultad interesante: exponerlos sin un lenguaje sermoneador, al que tan acostumbrados estamos y por lo mismo quizá, ya ni caso le hacemos.
Estará de acuerdo que las acciones humildes chocan de frente y estrepitosamente con nuestra soberbia; son en términos análogos, el agua y el aceite. Se repelen.
Pero, en el mundo ejecutivo, usted se preguntará ¿cuándo somos humildes?, y ¿cuándo somos soberbios?; la imagen joven e impresionantemente musculosa del político, actor y físico-culturista austriaco-norteamericano Arnold Schwarzenegger (67), ¿es el de una persona humilde o soberbia? Imagino su respuesta, aunque si analizamos la vida de este famoso, encontrará con sorpresa, acciones de humildad frecuente que le han ayudado a estar donde está; por ejemplo, haber reconocido públicamente relaciones extramaritales con su empleada doméstica, pero no deseo detenerme en ello, sino compartirle lo siguiente:
Hay un reto, percibo, interesante para nuestra cultura, este: cuándo saber identificar y actuar sanamente con humildad, esto quizá porque hemos hecho usted y yo falsos y ridículos estereotipos de la misma, llegando a creer o asociar que uno es humilde, siempre y cuando pongamos cara de “yo no fui”; andemos con la cabeza agachada diciéndoles a todos que sí, o peor aún, actuemos frecuentemente con aquella máxima que los trepadores sociales mexicanos (G. Zaid, dixit) recomiendan para ganar poder o posiciones en las organizaciones: “calladito me veo más bonito”, aunque la situación requiera de usted o de mí -en ese momento-, una acción valiente, respetuosa e inteligentemente responsable, como les sucede a estos exitosos entrenadores con sus ejercitantes cuando no cumplen con las reglas de comportamiento dentro del gimnasio o con las metas de su desarrollo físico, mutuamente acordadas.
De aquí que lo conveniente frente a estas tendencias (humildad y soberbia) que constantemente experimentamos por acción propia o de terceros, a veces inconsciente y automática sea, observo, entrenarnos bien acompañados de las personas adecuadas para adquirir y consolidar, en nuestra arquitectura humana, por lo menos las siguientes tres acciones repetidas, al igual que en un gimnasio: 1) hacernos, a lo largo del día, conscientemente conscientes de cuáles de nuestras acciones son humildes y cuáles soberbias; 2) detenernos en la medida de lo posible antes, y optar siempre inteligentemente por acciones humildes, no las culturalmente estereotipadas que antes le mencione y 3) en caso de actuar con soberbia prepotente, como suele sucedernos más de lo que queremos, sacarle el mayor provecho para, paradójico, irnos haciendo conscientemente humildes, como lo recomienda el autor José Tissot citando al gran suizo Francisco de Sales: “Nuestras limitaciones para sacar adelante los negocios, tanto interiores como exteriores, son un gran motivo de humildad, y la humildad produce y sostiene la generosidad” (cf. El arte de aprovechar nuestras faltas, págs. 62, 63. Editora de Revistas 1984).
Porque como también afirmaba el experimentado y prestigiado cofundador de una pionera escuela de negocios mexicana, Carlos Llanos (DF. 1932-2010) “la humildad no es apocamiento, sino estímulo y acicate de superación.” (cf. Humildad y Liderazgo pág. XIV IPADE ediciones Ruz). Inspirador, sin duda.
Lo mejor. ¡Atrevernos!