ACELERADA LOCURA ©
Por Nacho Navarro
nachocontracultura@outlook.com
Hace 40 años el científico Walter Mischel (Viena, 1930), profesor de la Universidad Norteamericana de Columbia desde 1983, antes de la Stanford, constató que dos de tres niños ceden a la tentación de comerse un solo pastel, en lugar de dos, por no esperarse quince minutos mirándolo, sin comérselo.
Usted, puede pensar, ¿qué tiene que ver esto, con que vivamos locamente acelerados, hoy? Mucho, vea: 15 años después, este científico, volvió a observar a estos chicos, ya en la universidad y descubrió que aquellos que habían esperado pacientemente los quince minutos, logrando dos pasteles, en lugar de uno, tenían mejores calificaciones, expectativas laborales y un mayor autocontrol.
Lo peligroso de esto, es que usted y yo, muy probablemente pertenezcamos al grupo de los niños acelerados, esos que hoy presumen un activismo alocado, con agenda “llena”, yendo del tingo al tango, con un chorro de ocupaciones atendidas, las más veces mediocremente, que cuando conversamos con otras personas -póngale el nombre de su esposa(o), hijos(as), papás, socio, jefe, subordinado(a), cliente, colega, amigo(a), vecino(a), en fin, un largo etcétera-, nuestra mente está en otro lado, ni caso les hacemos, nomás nos mueve, muchas veces, la idea de apantallar y nos crean “importantes”, aunque casi siempre, sólo nos hagamos tontos, ¿no?
Como el estudio de Mischel demostró después de estudiar a este grupo de niños durante 15 años, que los impacientes que se comían el pastel estaban condenados. Que lo rápido, lo inconstante, lo frágil les perseguiría hasta la edad adulta.
De aquí que la periodista María Crespo de El Mundo de España, se planteé esta interesante hipótesis: “Si hoy Mischel repitiera esta prueba, descubriría que las probabilidades de encontrar a un niño, adolescente o adulto capaz de esperar más de 5 minutos antes de tomar una decisión, razonada o no, son las mismas que las de encontrar una pareja que dure más de un mes, un político comprometido con sus votantes y no consigo mismo o un trabajo indefinido: casi ninguna”.
Lo mismo que reporta ella del escritor y profesor de la facultad de medicina de Barcelona, el español Antoni Bolinches (67), que admite que: «Las relaciones interpersonales se están transformando radicalmente. Las redes sociales optimizan y facilitan la comunicación. Tanto, que la frivolizan y la mantienen en un tono más superficial. Hemos cambiado calidad por cantidad».
Crespo añade: “un grupo de investigadores le dio una vuelta de tuerca al experimento de Mischel. La diferencia fue que, antes de sentar al niño frente a la tentación, le hacían hablar con un adulto. Había dos tipos de adultos: unos representaban la confianza, prometían al niño cosas que, pasados los 15 minutos, le daban. El otro tipo de adulto era lo contrario, prometía un montón de pasteles después del primero pero, tras la espera, siempre tenía las manos vacías. Mentía.
La conclusión, según esta periodista, es la esperanza. Si un niño -o un adulto- vive en un contexto en el que las promesas se cumplen, esperará para conseguir la recompensa -una pareja, un trabajo, un servicio público- porque sabe que la paciencia tiene un objetivo. Si, en cambio, vive rodeado de personas en las que no confía, el niño y el adulto -en realidad, se parecen mucho- se comerá el pastel que tiene delante sin pensar, ni por un momento, en el futuro”. (http://www.elmundo.es/espana/2014/11/02/54492171ca4741e0708b458a.html)
Lo que me lleva a plantearnos lo siguiente:
¿Cuándo fue la última vez que dedicó, al menos, 10 minutos a estar en completo silencio; esto es, sin hablar, pensando sin negatividad, lo mismo que reflexionando tranquilamente en voz alta y positivamente, una vez a la semana, acompañado de un buen entrenador en dirección, negocios o vida, sobre su usted -¡ojo!- no sobre su pareja, hijos, nietos, papás, hermanos, socios, jefes, subordinados, colegas, alumnos, vecinos, gobernantes o queriendo encontrar culpables de lo que le pasa?
La respuesta, usted la tiene.
¡Le reto!